Martes 29 de Octubre de 2013.- Al cumplir este mes un año desde que finalizó mi tratamiento contra el cáncer de mamas, como toda Fiesta de Cumpleaños he querido celebrarlo compartiendo mi propia experiencia, con la esperanza de que ésta sirva para que otra mujeres -y también los hombres- se realicen sus exámenes preventivos.
Si bien son múltiples las campañas y las estrategias que desde distintas organizaciones se llevan a cabo para sensibilizar a la población, y particularmente a las mujeres, para realizarse sus exámenes preventivos como la mamografía, estas siguen siendo insuficientes.
Soy una de esas mujeres que tarde, mal y nunca, se acordaba de realizarse el examen, que pensaba que no podía ocurrirle a ella, hasta el día en que cuatro palabras: “tiene cáncer”, “llegó tarde”, le cambiaron el mundo.
No fue fácil, hay que admitirlo. Mis primeras compañeras fueron las lágrimas, la preocupación por cómo entregar la noticia a mi familia y las dudas de si podría hacer frente a la posibilidad del dolor físico, el desgaste emocional, el recurso económico, pero particularmente si tendría la fortaleza para desafiar lo que se fuera presentando durante el tratamiento.
Si bien tengo la fortuna de contar con una familia maravillosa que ha sido mi soporte y la luz de mi vida, sé que tampoco ha sido fácil para ellos y que al igual que yo, el solo pensar que el próximo control puede no estar bien -no tomo medicamento tamoxifeno ya que mis receptores son negativos y por tanto hay un elemento protector menor- se trasforma en pesadilla y en terribles dudas si tendré el valor de recorrer nuevamente todo el proceso médico, físico, emocional.
Con esto no quiero que piensen que soy pesimista sobre mi futuro, porque no es así. No sé cuánto tiempo tengo, nadie lo sabe, lo que si sé es que hoy he aprendido a agradecer a Dios cada día, a diferenciar lo que es y no es importante en mi vida, a disfrutar y valorar cada instante con mi familia y con las personal que estimo y, además, medianamente debo reconocer que debo desacelerar el paso.
El cáncer me llego sin pedir permiso, silencioso y se quedó: debo aprender a vivir con él y esa realidad no la puedo cambiar, pero sí puedo al menos intentar crear conciencia en el hecho de que un cáncer detectado a tiempo, si bien no es garantía de vida y conlleva un camino no exento de dificultades, se diferencia enormemente en comparación con el de un diagnóstico tardío, como en mi situación, en la esperanza de vida. Una vida que pudiera ser quizá larga y con futuro, una vida que puede compartirse con los que se ama y necesita.
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